jueves, 7 de julio de 2016

El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España

Así se titula el último libro de Andreu Navarra, excelente amigo y excelente escritor, publicado en la colección "La historia de...", de la editorial Cátedra. Andreu es un autor habitual de esta colección, para la que ha escrito otros estudios, sobre el regeneracionismo y el anticlericalismo. Además de su faceta de investigador de la historia y la filología, Andreu Navarra es poeta, novelista y editor del combativo sello barcelonés Libros en Su Tinta. El ateísmo muestra las mismas virtudes que sus anteriores trabajos: una vastísima documentación y un gran rigor expositivo, conjugados con una amenidad envidiable. Ningún tema es tan arduo como para que, en la pluma de Andreu, no resulte inteligible y grato. Las citas son abundantes y reveladoras, y demuestran que el responsable del estudio cumple con la primera norma del buen investigador: acudir a las fuentes originales y transcribirlas con meticulosidad, porque un análisis certero solo puede hacerse sobre una realidad indubitada. En la exposición inicial de algunos criterios básicos, Andreu consigna la definición de ateísmo que ha dado Joan Carles Marset, vicepresidente de Ateus de Catalunya y uno de los principales difusores actuales del pensamiento ateo, y que quiero transcribir aquí: "El ateísmo es el modelo de pensamiento que propone una concepción radicalmente profana del mundo, que rechaza la existencia de una realidad trascendente con significado propio, que cierra cualquier espacio a la expresión de un ámbito sagrado segregado de la realidad natural. El ateísmo se identifica por una única proposición que se concreta en la ausencia de dimensión sobrenatural, de un dios o, en definitiva, de un espíritu en el cual se encuentre el origen y el sentido de nuestra propia existencia" (Ateísmo y laicidad, 2008). La suscribo por completo: el ateo no es solo, y ni siquiera principalmente, alguien que niega la existencia de Dios; es alguien que niega la dimensión ultraterrena en el que ese Dios, cualquier dios, pueda existir. El ateo es monista y materialista, como el creyente, gracias a Platón y a Santo Tomás, de cuya influencia los cristianos aún no se han desprendido, es dualista e idealista. Para el ateo, nada permite creer en la existencia de otro mundo más allá de este: la realidad es una y sola, tangible, mesurable y, ay, transitoria; y el hombre es un ser tan provisional como el mundo, perecedero e insignificante: un chispazo entre dos inexistencias. Andreu consigna estas ideas con asepsia, sin ceder a ninguna de las tentaciones demonizadoras en que han caído los creyentes a la hora de juzgar a quienes no creían: el ateo ha sido, históricamente, un forajido diabólico, un ser malvado y enfermo, un poseso, un casi loco, o loco del todo. Aunque ahora ya no se los quema, ni se los tortura, ni se los expulsa de la sociedad, como las religiones ha hecho con ellos durante siglos, y la crítica y el librepensamiento se ejercen sin cortapisas, ese juicio ha desaparecido, aunque tengo para mí que no enteramente: el ateo se sigue viendo, aun sin confesarlo, como un ser que ha renunciado a la dimensión trascendente, como alguien que ha cometido el disparate de arriesgarse a la condenación eterna, porque ¿y si hay Dios? A eso quizá obedezca, incluso entre los descreídos, el frecuente recurso al agnosticismo, esto es, declararse incapaz de saber si Dios existe o no. Siempre he tenido el agnosticismo por una cobardía intelectual. ¿Qué es eso de declararse incapaz de saber algo? Si nos consideramos capaces de resolver sobre la existencia de hadas, elfos o fantasmas, concluyendo que, por aplicación de los criterios racionales con que procuramos conducirnos en la vida, no existen, no veo por qué no puede determinarse lo mismo respecto a Dios. Sigue habiendo un miedo soterrado a reconocerse ajeno a la divinidad, a perjudicar la posible supervivencia de nuestra alma inmortal. En El ateísmo, Andreu Navarra rastrea los orígenes del pensamiento ateo en España desde principios del siglo XVI, es decir, después de la unificación dinástica y territorial que supuso la culminación de la Reconquista por parte de los Reyes Católicos, y su estudio se extiende hasta nuestros días, con nutridas referencias a algunos de sus principales representantes actuales, como Gonzalo Puente Ojea que fue embajador de España ante el Vaticano con Felipe González, y cuya lucidez y hondura intelectual solo emborrona el tono invariablemente irritado con que se expresa, como si estuviera enfadado con el mundo por seguir preso de la superstición deísta o Xavier Rubert de Ventós, cuya deriva independentista no lo ha alejado de la crítica antirreligiosa (de joven, recuerdo haberlo visto en un programa de televisión rememorando el estupor que le producía de niño la respuesta de los curas a la consabida pregunta "¿Por qué creó Dios el mundo?", que no era otra que ad maiorem gloriam suam: ese "para su mayor gloria" ilustraba, según él, el poder de ocultación de las palabras; con ellas no se revelaba ningún aspecto de la realidad, sino que se manipulaba y se velaba su manipulación, porque ¿qué mayor gloria necesitaba un ser omnipotente, omnisciente y eterno? Y es cierto: ¿qué necesidad ha tenido Dios de crear este mundo apenas más grande que una mota de polvo en la inmensidad del universo y, aún más, de crear a un ser infinitesimal como el hombre, y cargarlo con la responsabilidad de sufrir el fuego eterno si no obedece un decálogo que no ha establecido?). El recorrido que hace Andreu Navarra por esos más de cinco siglos de pensamiento ateo, siempre en los márgenes de la sociedad, siempre orillado y perseguido, siempre minoritario y denostado, pero irreversiblemente creciente, nos descubre algunas figuras dignas de consideración, como el portugués Uriel da Costa, que narró en primera persona, a finales del s. XVII, su espectacular y trágico camino hacia la increencia. Aunque de padres judíos conversos, nació y fue educado en la fe cristiana llegó a ser tesorero de la colegiata de Oporto, pero, como escribe en Ejemplar de una vida humana, "aún no había cumplido yo veintidós años, cuando me di a pensar si sería verdad lo que se dice de la otra vida, y si era conforme a la razón esta creencia. Porque mi razón me estaba diciendo siempre al oído cosas muy contrarias". Acuciado por las dudas, buscó refugio en la primera religión de sus padres y abrazó el judaísmo. Se traslado entonces a Amsterdam, con una importante comunidad hebrea, pero allí descubrió que tampoco la ley mosaica aplacaba sus inquietudes. Escribió entonces un Examen de las tradiciones farisaicas y negó la inmortalidad del alma y la vida futura, lo que le valió el repudio de la comunidad semita: fue excomulgado dos veces, encarcelado, multado y expulsado, tanto de Amsterdam como de Hamburgo, ciudad en la que se había refugiado tras su exilio de la primera. Finalmente, viejo, pobre y exhausto, y para acabar con las persecuciones que no dejaba de padecer, consintió en abjurar públicamente de sus ideas y ser azotado en la sinagoga como muestra de arrepentimiento. La humillación culminó con toda la congregación pasando por encima de él, tumbado a la puerta del templo, tras lo cual se le consideró reintegrado en la comunidad. Sin embargo, aquello no despejó sus incertidumbres ni acabó con su malestar. Da Costa acabó de escribir su Ejemplar de una vida humana y, acto seguido, terminó para siempre con su sufrimiento descerrajándose un arcabuzazos en la frente. Pero Uriel da Costa no es el único personaje significado en estos cinco siglos de progreso de la increencia. Andreu Navarra compila muchos más, en relación siempre con los grandes hitos o valedores del pensamiento crítico, como el filósofo Spinoza, Darwin y su teoría de la evolución de las especies, el positivismo filosófico y, en nuestro país, las aportaciones de Francisco Sunyer i Capdevila, alcalde revolucionario de Barcelona en 1868 y diputado a Cortes en 1869, Francisco Ferrer i Guàrdia, pedagogo y masón, fusilado tras la Semana Trágica de Barcelona, y José Ortega y Gasset, entre muchos otros. También tienen mucho interés los ejemplos de pensadores contrarios al ateísmo y, por ende, a la razón ilustrada, que identificaban con el Mal. Por ejemplo, el emeritense Juan Pablo Forner, célebre por su Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana y por su algo menos lustrosa Oración apologética por la España y su mérito literario, escribe en su Preservativo contra el ateísmo, de 1795: "[La Razón] inventó las tiranías, inflamó los ánimos para la opresión y el pillaje, turbó la paz del linaje humano, derribó los imperios, destronó las soberanías, autorizó las usurpaciones, puso el hierro y el fuego en las manos de malhechores magníficos para devastar la tierra, y reducir a ruinas y cenizas los frutos del afanado mortal. Ella es la que, tramando fraudes y perfidias horrendas, sabe cubrir sus odios, venganzas y predominio con el sagrado nombre de amor a la humanidad, al mismo tiempo que la destroza para esclavizarla seguramente. Ella es la que trata de hacer libres a los hombres quemando sus hogares, arruinando sus pueblos, talando sus cultivos, persiguiéndolos en los bosques, y encarnizándose en ellos con más ferocidad que en los lobos y tigres, llevando al patíbulo rebaños numerosos de víctimas racionales, sacrificadas en holocausto execrable al Ateísmo y la iniquidad". Con esto, en España, es con lo que ha tenido que luchar el ateísmo. Y con el desprecio, la cárcel y las hogueras. Hoy aún no ha triunfado. Pero no hay que desesperar de que algún día, por fin, la humanidad se vea libre de la perniciosa idea de Dios, con su infantil ebriedad metafísica, que tanto daño y sufrimiento, nos ha causado, y nos sigue causando, a todos.

1 comentario:

  1. Estás vendiendo más libros de Andreu,tú, en mi muro de facebook con esta magnífica reseña,que él en su presentación. Te lo aseguro, Eduardo. ¡Qué éxito!

    ResponderEliminar