martes, 27 de septiembre de 2016

Un repaso por libros recientes (y II)

Diario de una vida breve es el diario que Juan Manuel Silvela Sangro de la misma familia Silvela que dio a dos políticos prominentes de la Restauración, Francisco y Manuel publicó póstumamente en 1967, y que ahora Pre-Textos recupera, con la cuidada edición de José Muñoz Millanes, que incluye, en epílogo, el prólogo de la editio princeps, de Julián Marías, que fue amigo de la familia Silvela y del propio Juan Manuel. Diario de una vida breve se extiende de 1949 a 1958 y recoge, por lo tanto, los años de formación de su autor, nacido en 1932. Este es una de las características más llamativas del volumen: que fuera escrito por una persona tan joven. Cuando redacta la primera entrada, tiene 16 años. Y esto escribe con esa edad: "Soy un espectador de este atardecer madrileño. No sé si por instinto, pero he cogido la pluma. En la mesa del despacho de mi cuarto contemplo la fuga de la luz, oculta y acabada. Quisiera escribir. No hay nadie en casa. La puerta abierta. Ni me distrae, ni me da miedo. Me da pena encender la luz, tengo enfrente mi reloj de pulsera, que se empeña en hacer picadillo el tiempo y mi paciencia. Miro la ventana. A través de ella, amplia y sensata, veo uno de mis perennes paisajes: el macizo edificio del ex-Colegio Alemán...". Me abruma la melancolía cuando pienso que eso era capaz de componer un adolescente madrileño en la sórdida posguerra española y lo comparo con lo que redactan, si es que redactan algo, los dieciseisañeros  de hoy (y los treintañeros, aunque tengan másteres en ESADE, y los cuarentañeros, aunque sean abogados o políticos). Claro que Silvela Sangro era miembro de una familia culta y de posibles, gracias a la cual sobre todo a su madre, cuyas inclinaciones artísticas nunca dejó de favorecer en su hijo disfrutó de una amplia biblioteca, fue asiduo de museos y salas de conciertos y conferencias, tuvo amigos artistas e intelectuales Marías, Ortega y Gasset, Ramón Tamames, Gerardo Rueda, Fernando Zóbel, estudió Derecho, y viajó y aprendió idiomas. Diario de una vida breve es un delicioso repaso por los años iniciales de la vida de una persona que ama la música, el arte y la literatura, y que también quiere amar a las mujeres, pero no lo consigue, por timidez, hipersensibilidad o infortunio; un repaso que incorpora la asombrosa conciencia de avanzar en la vida y crecer en inteligencia y educación, como si fuese capaz de salir de sí mismo y contemplarse desde fuera, mientras sigue leyendo libros, viendo cuadros y asistiendo a recitales. Su prosa azoriniana atiende con minucia a las infinitas mutaciones de la luz, a la evolución de las plantas de los parques, al perfil de las gentes que atestan las calles de Madrid y las llenan de ruido y color (o a esas mismas calles vacías y silenciosas): a todos los rincones del paisaje urbano, siempre cambiante y siempre el mismo, luminoso y nocturno a la vez. De lo que no se preocupa mucho es de la situación política ni de las circunstancias sociales: su pasión está entregada a los poemas de Rilke, las novelas de Proust o la música de Liszt. Silvela Sangro abandonó su bitácora en 1958 para psicoanalizarse y no volv a retomarla. Y murió en 1965, en París, de una cardiopatía congénita que un médico descrito en su diario con, comprensiblemente, poca amabilidad había definido como "corazón de pato". Tenía 33 años. Aquel hombre todo lo había hecho joven: despertar al mundo, escribir y morirse. Pero había tenido el tiempo suficiente para dejar un relato conmovedor de los entusiasmos, esperanzas e incertidumbres de alguien, sensible e inteligente, que se enfrenta al milagro y la condena de la vida.

La decadencia de la mentira. Un comentario, de Oscar Wilde, en Acantilado, con la excelente traducción de Javier Fernández de Castro, es un opúsculo, publicado por primera vez en 1898, en el que dialogan dos personajes, Cyril y Vivian, en "la biblioteca de una casa de campo de Nottinghamshire". Su tesis es sencilla: la mentira es necesaria para transformar la realidad en arte; más aún: el arte es mentira, se compone de mentira; toda creación lo es: la mentira es la herramienta la sustancia que nos permite emerger del barro cotidiano para construir un mundo superior de hermosura e inteligencia. La posición del autor de la Balada de la cárcel de Reading es exactamente la contraria a la que ha defendido mi buen amigo J. Jorge Sánchez en su por otra parte magnífico poemario Contra Visconti que he reseñado en el último número de la revista Turia, gran sostenedor de un arte que respete la verdad de los hechos, la verdad histórica. Como puede verse, las polémicas tienden a repetirse en el siempre resbaladizo terreno de la estética. Yo aplaudo la posición de Wilde: también soy un gran defensor de la mentira. Sin ella no existirían muchas de las cosas buenas de que disfrutamos no solo el arte: también la amistad y el amor, ni sería posible, de hecho, la convivencia. La mentira está asociada al desarrollo de la inteligencia se ha demostrado en los primates y en los seres humanos y constituye uno de sus principales cimientos, así como sostén ineludible de la moral. En esta nouvelle dialogada o entremés retórico, Wilde defiende sus ideas con sus instrumentos habituales: la ironía y la paradoja. Para concluir en una imbatible defensa de la autonomía del arte, de su realidad autosuficiente y desvinculada de todo propósito ajeno a su propio ser: "El Arte únicamente se expresa a sí mismo. Posee vida independiente, como el Pensamiento, y solo obedece a su propio criterio. No tiene por qué ser realista en una época de realismo, ni espiritual en una época de fe. De manera que, lejos de ser una creación de su época, por lo general se opone directamente a ella, y la única historia que preserva para nosotros es la de su propio desarrollo. A veces regresa sobre sus propios pasos y renace en alguna forma antigua, como ocurrió con el movimiento arcaizante del último arte griego o con el movimiento prerrafaelita contemporáneo. Otras veces se anticipa totalmente a su época y en un siglo crea una obra que cuesta otro siglo asimilar, apreciar y disfrutar. En ningún caso reproduce su tiempo. (...) Todo el arte malo surge de volver a la Vida y la Naturaleza y erigirlas en ideales. La Vida y la Naturaleza puede ser utilizadas en ocasiones como materia prima del Arte, pero para que le resulten de alguna utilidad real hay que traducirlas a convenciones artísticas. Cuando el Arte renuncia a ser imaginativo, renuncia a todo". Y termina, no menos rotundamente, con algo a lo que me adhiero: "Mentir, mostrar cosas bellas que no existen, es el auténtico objetivo del Arte" (aunque quizá no sea el único auténtico objetivo del Arte...).

Un ojo de cristal, de la vasca Miren Agur Meable, publicado por Pamiela en 2014, y que va ya por la segunda edición (por cierto, yo creía que Pamiela, de la que tanto leí hace años, había cerrado; pero no: existe y sigue publicando, aunque a un ritmo muy inferior al de sus años de bonanza), es un relato autobiográfico, apoyado en una realidad que comparten protagonista y autora: ambas tienen un ojo de cristal. El relato del origen y la presencia de esa prótesis es paralela y metáfora de los conflictos sentimentales y existenciales que las sacuden a ambas. La novela constituye una investigación emocional en la familia, el cuerpo, el paso del tiempo, los amores, la realidad cotidiana, la vocación y la práctica literarias, y el entorno social de su protagonista, escrita con delicadeza y humor, pero también con franqueza (que a veces deriva en crudeza) y sentido autocrítico (magnífico el capítulo titulado "Autorretrato"), y con una gran perspicacia analítica, no exenta de compasión. Las abundantes referencias literarias se mezclan, para ilustrarlas, o como mero brote asociativo, con la reflexión y la angustia. Un ojo de cristal es excelente literatura de mujeres sobre la mujer: articulada en capítulos por lo general breves, y sin otro hilo narrativo que el diapasón explicativo de ese ojo perdido y ahora protético, fluye con ligereza y profundidad, y da cuenta del magma emocional en el que vive sumergida una mujer de mediana edad sobre la que pesan, además de todas las dificultades del mundo, la de haber de convivir con una bola de vidrio en la cara. Esto leemos en "El mes de las caléndulas": "Observo la naturaleza con más concentración que antes. Rastreo hierofanías (registro mensajes en el canto de los pájaros, en las volteretas de las libélulas, o en el espejeo de la poza verdecida por el musgo), no por obtener agrado, sino entendimiento. Sé perfectamente que la lógica de este comportamiento es nula, que me muevo en el vértice de la superstición. Pero esos guiños del paisaje funcionan como avisos que abren hendiduras en mi estatismo: me dan el acento para la escritura de cada día".

sábado, 24 de septiembre de 2016

Un repaso por libros recientes (I)

Al letraherido y, sobre todo, al letraherido que mantiene un blog literario y practica la crítica literaria los días no dejan de traerle libros: libros que le regalan o que él, insensatamente, compra. He aquí una breve reseña de algunos que me han acompañado en las últimas semanas:

Aliadòfils i germanòfils a Catalunya durant la Primera Guerra Mundial (Barcelona, Generalitat de Catalunya. Departament d'Afers i Relacions Institucionals i Exteriors i Transparència, 2016), de Andreu Navarra Ordoño, un filólogo reconvertido en historiador pero historiador que atiende tanto a las manifestaciones literarias como a los documentos políticos para comprender los hechos y fundamentar sus tesis, que ha publicado ya un versión gemela de esta, referida a la cultura española Aliadófilos y germanófilos en la cultura española, e interesantes estudios sobre el ateísmo, el anticlericalismo, el regeneracionismo o las relaciones entre las culturas española y catalana (algo que tanto interesa reforzar hoy), constituye un examen detallado, y muy documentado, del debate que mantuvieron en la prensa y los medios culturales e intelectuales catalanes los partidarios de uno y otro bando en la Gran Guerra. De sus páginas emergen los aliadófilos Josep Pla, Antoni Rovira i Virgili, Santiago Rusiñol, Agustí Calvet, Gaziel, y Apel·les Mestres, cuyo poema "Flors de sang", imprecación antigermana y elogio de Francia, ganó la eglantina de oro en los Juegos Florales de Barcelona de 1915 y se reproduce en el volumen ("D'Atila, el geni prepotent / Que tot ho arrasa y aniquila, / Del llamp caygut del firmament / Profetisat per al Sibila, / Jo so'l directe descendent / Jo so'l rebrot del gran Atila..."), con su traducción al francés; los neutrales Cambó aunque este fuese cambiando de orientación, según soplaran los vientos políticos y Eugeni d'Ors, tan buen prosista como intelectualmente anguiloso; y los germanófilos Prat de la Riba uno de los padres del catalanismo actual y Manuel de Montoliu, un escritor y estudioso hoy ampliamente desacreditado. Es curioso también saber que 954 voluntarios catalanes, nacionalizados franceses, lucharon en los frentes de guerra, y que un número indeterminado de jóvenes catalanes y españoles, que trabajaban en Francia en el verano de 1914, se enrolaron el la Legión Extranjera con el mismo fin: luchar contra los boches. 

Más que palabras (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016), de Pedro Álvarez de Miranda, catedrático y académico, agrupa un amplio conjunto de artículos destinados a reflexionar sobre cuestiones lingüísticas: léxicas, gramaticales y ortográficas, en la estela de los celebrados dardos en la palabra, de Fernando Lázaro Carreter, aunque sin el prurito normativista de este. Álvarez de Miranda se muestra más relativizador, y bajo la mayoría de sus trabajos subyace la idea, muy razonable, de que la lengua pertenece a sus hablantes, que son soberanos, y de que a la evolución de estos sigue la de aquella. Así, lo que hoy choca o desagrada y es incorrecto, mañana será normal, aceptado y correctísimo. Álvarez de Miranda reserva su espíritu más preceptivo para la ortografía, cuya unidad garantiza la deseable unidad de una lengua que es hablada en cuatro continentes por 567 millones de personas. En este sentido, aplaudo con vehemencia "La tilde en los demostrativos y en solo", donde razona cristalinamente el sentido y la justificación de la supresión de los acentos en estas palabras, a las que tan empecinadamente se aferran algunos (como otros, de espíritu similar, se aferraban en su época a la tilde de la preposición a). Más que palabras es una delicia de argumentación y forma, escrita con un rigor ejemplar, pero sin descuidar la agilidad y la amenidad de la prosa. Yo me lo leí, entero, en el avión que me llevaba de Madrid a Bogotá, en mi reciente viaje a Colombia. Y me quedé con ganas de más.

Las voces de los muertos (Sevilla, La Isla de Siltolá, 2016), del cubano Orlando González Esteva, es un breve poemario "fruto de una experiencia colectiva del exilio, la ancianidad y la muerte", como indica su autor en "Esquela", su prólogo. En Las voces de los muertos predominan las décimas, de tanta tradición en la literatura cubana, los sonetos y hasta los haikus, dedicados estos a recuerdo y la crítica del padre. Todo este largo planto o memento mori está atravesado por el espíritu lúdico, eufónico y sensual que González Esteva ha acreditado ya en su extensa obra anterior: su vitalismo se entrecruza con la muerte y la inhibe; o dicho con las palabras que escribió Octavio Paz sobre su poesía: "Usted no se burla de los otros, sino de sí mismo y se burla sin saña. Ni crueldad ni compasión. O mejor dicho: compasión por nuestro destino mortal; usted ha convertido la crueldad de nuestro destino en una pirueta heroica, y así ha hecho vida de la muerte". El juego es algo muy serio, como la risa. Ambos pueden transmitir la gravedad de las desventuras existenciales con más penetración que un tratado filosófico o un estudio psicológico. Y González Esteva los practica con la misma determinación con que un piloto experto gobierna una nave atribulada. Una décima se titula "La alegría de morir"; otra, "El bienestar de yacer"; y un soneto, "Uno se cansa de morirse tanto". Así dice "Los muertos de la familia" (la familia, un elemento tan importante en la vida y la poesía del exiliado González Esteva): "Los muertos de la familia / tienen la mala costumbre / de conversar a la lumbre / del ser que los domicilia. / No distinguen la vigilia / del sueño. No van a dar / a la recóndita mar / que vislumbrara Manrique. / Regresan a dar palique: / somos su único hogar".

El primer día (Sevilla, La Isla de Siltolá, 2016), del cacereño Julio César Galán, recoge su poesía escrita desde 1996 hasta 2003, aunque corregida y ampliada hasta 2015. A pesar de que un periodo creativo tan dilatado revela una forma de trabajar que fía su excelencia al pulimiento incesante, la reflexión sosegada y las perspectivas que abre el tiempo, no ha sido esta la única labor creativa de Galán, cuyos varios heterónimos Luis Yarza, Pablo Gaudet, Jimena Alba, Óscar de la Torre han firmado otras entregas de poemas y ensayos. Uno de estos, Limados. La ruptura textual en la última poesía española, de Óscar de la Torre, contiene el andamiaje teórico que sostiene a este primer día, cuya síntesis incorpora Galán a la "Nota del autor" que antecede al poemario: "[En estos versos] el movimiento compositivo se edifica, se destruye y se vuelve a edificar. Los versos llevan a otros versos y las identidades, a otras identidades. Las fronteras del poema son tratadas como una ficción, porque no son una verdad incuestionable ni un ámbito definitivo (...) El poema se percibe como una traslación de un discurso roto que se requiere unitario. Por esta razón (...) se busca un lector investigador, un lector creador, un lector que participe activa y estéticamente en la lectura". En efecto, El primer día deshace las estructuras y límites lingüísticos y estilísticos convencionales es decir, las reglas léxicas y sintácticas, y, en un sentido más amplio todavía, gramaticales y hasta visuales, y los dota de un mayor sentido, ensancha su polisemia, su hondura, su proyección, por el procedimiento de reventar costuras y armazones, previsibilidades y tópicos. Se trata de romper la enunciación tradicional: de extrañar el poema y desautomatizar el lenguaje. Esta tendencia neovanguardista persigue el destripamiento del artefacto poético, pero manteniendo la envoltura, la apariencia discursiva, el tono lírico, para evidenciar la discrecionalidad del mensaje y subrayar la relatividad de sus elementos constitutivos. La ruptura del poema también pretende multiplicar el poema (y, por lo tanto, también el yo), abrirlo, magnificarlo, hacerlo más vivo, más posible, menos cierto. Para conseguirlo Julio César Galán recurre a una serie de técnicas logofágicas: el «ostracón», el poema hecho con restos o ruinas; la «lexicalización», que fractura el texto y aísla los elementos que lo integran por medio de barras; el «leucós», que utiliza el blanco de la página para multiplicar el significado del poema; el «tachón»; la «adnotatio», o adición de notas a pie de página; la polifonía fragmentaria e intertextual; el desmontaje del signo lingüístico; y el recurso a «babel», o incorporación de otros idiomas a los poemas. Esto leemos en un poema encabezado por el epígrafe: Para qué la ilusión de los cementos del ser: "Saldrán todos los demonios / del corazón del pájaro. / Si tiene ganas de matar: pegue un tiro a su prójimo, / despiécelo con rigor, córtelo en seis trozos / y láncelos por un puente muy alto. / (Autoritaria). / Si desea que la lujuria, lo invada todo, / conquiste a la pareja de su mejor amigo/a / (como modelo de civismo), / a la hermana de su esposa (la de las medias / de colegiala), / a su suegra de grandes pechos. / Disfrutará de sus fantasías sin restricciones. / (Seria y robótica). / Sea usted mismo. // Si no desea trabajar, métase a político, / da igual izquierda que derecha, / conviértase en poeta con padrino, / con prebenda de premio, con Generación, / herede alguna embajada, algún latifundio / o algunos esclavobreros".