sábado, 12 de noviembre de 2016

Y va Trump. Y van tres.

Interrumpo la serie prevista de "Vida social" para expresar mi estupor y mi rabia por la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Donald Trump, como escribí hace no demasiado en este mismo blog, representa lo peor de ese país, como ha demostrado con creces durante la campaña electoral (y, en general, a lo largo de su vida), en la que no ha habido una sola ocasión de exhibir al imbécil que es que no haya aprovechado con minucia y deliberación. Es un imbécil a su lado, George W. Bush es Aristóteles, pero también muchas cosas más: la más preocupante es que sea un fascista embozado, al que la bicentenaria democracia americana solo ha otorgado una delgadísima pátina de respetabilidad, más delgada aún que su cerebro. Por Trump ha votado la gente más inculta, la más primitiva, la menos inteligente. Muchos andan por ahí intentando dar a ese voto una explicación racional, aplicándole lo que ya se ha convertido en un tópico: que esas amplias masas de blancos pobres, sin formación y habitantes de los pueblos del interior del país han expresado su rechazo por haber sido excluidos de las ventajas de la globalización y del bienestar económico, por haber sufrido el gobierno de las élites federales, lejanas y ajenas a sus problemas. Quizá sea cierto, aunque yo creo que la explicación es otra: cuando alguien te permite, es más, te anima a sacar lo peor de ti, los miedos más idiotas, los prejuicios más absurdos pero consoladores, la suciedad profunda del hipotálamo y las tripas, toda la violencia y el odio y la irracionalidad que se agazapan en los sótanos de la psique y del alma, y de que eso tenga un efecto real en el mundo, aupando a la presidencia del país más poderoso de la Tierra a alguien que lo encarna, muchos encuentran difícil resistirse a hacerlo. Pero votar a un imbécil es siempre un voto imbécil. Y ninguna explicación justifica la opción por un energúmeno de la calaña de Trump. Dan ganas de darse de baja de demócrata o de pedir plaza en la próxima expedición tripulada a Marte, aunque confieso que para tener probabilidades de cambiar de planeta aún he de ahorrar bastante. En España conocemos bien el perfil de Trump: lo encarnó mucho tiempo Jesús Gil y Gil, aquel prohombre de la cultura y de la gestión pública ejemplar, aquel prodigio de sutileza y caballerosidad, asimismo empresario de éxito (aunque de vez en cuando se le cayera algún edificio, como a Trump se le han caído algunas empresas), a pesar de que al alcalde de Marbella no lo siguiera a todas partes un militar con un maletín en cuyo interior viajan los códigos nucleares. Y en Italia han disfrutado de Silvio Berlusconi, otro ejemplo moral, dechado de virtudes cívicas y faro de la inteligencia. La elección de Trump se suma a otros disgustos que muchos hemos recibido en referendos o elecciones mundiales, como el bréxit y el rechazo al plan de paz en Colombia. Parece que no salimos de esta espiral de miedo, aislamiento y venganza. Al bréxit solo le reconozco un efecto positivo: quizá a algunos les haya quitado de los ojos la venda de cierta anglofilia papanatas (toda admiración acrítica lo es) y revelado que aquella sociedad no es el paraíso de la bondad política y el sentido común, sino un lugar como todos, con algunas virtudes y no pocos defectos, en el que la gente se comporta de forma muy distinta a como dictan los arquetipos, en buena medida construidos por ellos mismos, en su beneficio. Y el plan de paz en Colombia, aunque truncado por los colombianos, le ha reportado el premio Nobel de la Paz al presidente Santos: él y su familia, por lo menos, estarán contentos. Nos quedan cuatro años de Trump, si es que los norteamericanos no deciden prolongarlos otros cuatro más. A la vista de lo sucedido, no es una opción descartable. Retrocederemos, sin duda. Solo podemos rogar que los destrozos en el clima, en la economía mundial, en los derechos de todos, en la paz no sean irreparables y seguir trabajando, en la medida de las posibilidades de cada cual, por defender lo fraterno, lo honrado, lo compasivo, lo razonable: todo lo que no es Donald Trump (ni los 59 727 805 de americanos que votaron a Clinton; sus partidarios fueron menos, 59 505 613: otro triunfo de la democracia; otro motivo de exasperación).

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