viernes, 23 de marzo de 2018

Pezón

Con el aforismo mantengo una relación ambivalente: me gusta, ¿a quién no?, la máxima desnuda, certera, que ilumina realidades o ideas nuevas (o aporta matices singulares a las realidades o ideas ya existentes; digo esto para los perezosos que opinan que nunquam nihil novum sub solem). Pero, como los aforismos suelen publicarse agrupados en libros, su acumulación me cansa, desdibuja su despojamiento, diluye su fuerza. Leer aforismos acaba pareciéndose a comer pistachos: es agradable pero monótono, y nunca sacia. Un buen aforismo revela tanto como un buen libro. Pero muchos aforismos, por buenos que sean, enmarañan las cosas. En estos últimos os, ha habido una floración, casi una inundación, de aforistas y aforismos. El camalote de las formas breves, fomentado por una sociedad en la que el tiempo se ha fragmentado y encarecido, se reproduce sin diques en las redes sociales y el mundo digital. Algo parecido ha pasado con el haiku, otra forma breve y en apariencia fácil. Pero sintetizar es dificilísimo, una de las tareas más arduas de la literatura, después de hacer reír y escribir diálogos verosímiles (escribir diálogos breves que sean creíbles y hagan reír es el summum del arte literario: véanse los que mantienen don Quijote y Sancho en El Quijote). A mí me admira y envidio la capacidad que tienen los aforistas de reducir sus pensamientos a su más estricta expresión o, como diría Antonio Gamoneda, a sus más transparentes huesos. La condensación extrema del aforismo se me antoja un don (que yo no tengo) o bien el resultado de un trabajo incansable, algo igualmente meritorio. Pero sospecho que el aforismo tiene más de iluminación que de reflexión, al menos de reflexión consciente. Esa agudeza, ese fogonazo como el rayo, es deseable y esquivo; y, si da en el clavo, maravilloso. Hace poco, Jonás Sánchez Pedrero, poeta, dramaturgo, ensayista y narrador, además de letrista y cantante del grupo inquietantemente llamado Duodeno Band, me ha hecho llegar su libro de aforismos Pezón, publicado por las abnegadas Ediciones del Ambroz, uno de esos sellos apenas visibles que sobreviven con esfuerzo en las tierras de Extremadura. Jonás a quien conocía como poeta: al poco de llegar yo a Mérida, tuvo la gentileza de enviarme un ejemplar de Bulto, que leí con placer es un hombre del Renacimiento nacido en Rivas-Vaciamadrid, pero trasplantado a Baños de Montemayor, donde trabaja como bibliotecario, uno de esos seres que enriquece con su vocación y su entrega, con su mero estar, la atmósfera cultural de un país, sobre todo si es un país tan necesitado de hombres del Renacimiento, y no de meros censores morales, o de vanidosos sin sustancia, como Extremadura. Algunos asuntos gráficos del libro me lo hacen inmediatamente simpático. La imagen de la cubierta es un pezón. Puede que fotografiar un pezón para ilustrar un libro que se titula Pezón no sea muy original, pero sin duda es coherente. Y atractivo: es un pezón bicolor granate en la cúspide y rosado en la areola, sembrado de conductos lácteos, magnífico, que está diciendo "chúpame". Siento un gran amor por los pezones. Los pezones despiertan mis instintos mamarios, ya de por sí fáciles de despertar. Los pezones me devuelven a la mejor época de mi vida, cuando la leche fluía en el mundo, como lo hace en el paraíso, y yo solo tenía que abrir la boca para que me regara y saciase. Ah, qué tiempos. En la solapa de la cubierta me llama también la atención otro detalle fotográfico: que Jonás aparezca retratado con un ejemplar del Diario literario de Paul Léautaud en las manos, que yo también estoy leyendo (desde hace varios meses: es un ladrillo de 920 páginas). Me sorprende la casualidad, pero no el hecho de que Jonás y yo coincidamos en intereses literarios: las afinidades estéticas sugieren afinidades personales. Los aforismos de Jonás son de una concisión extrema: ninguno se extiende más allá de una línea. El autor ha llevado a su máxima expresión el laconismo propio del género. Todos pueden leerse como una sucesión de monósticos, algunos de apenas dos o tres palabras: "Sabía ignorar", "Pararse retrocede", "Qué aburramiento", "Dicen que latía", "Odio de oídas". La paradoja, herramienta fundamental del aforista, jalona el conjunto: "Lo importante de las bombas es que sean buenas personas". La subversión de los clichés y las frases hechas, también: "En el país de los ciegos, el rey es el rey". Y el humor, a veces negro: "Cobraba 1.000 euros y un día". Dos preocupaciones constantes me parece advertir en Pezón: una de carácter social, que lleva a Jonás Sánchez Pedrero a denunciar las injusticias del sistema, como en esta recreación de "El dinosaurio", el célebre microrrelato de Augusto Monterroso: "Cuando despertó, la policía todavía estaba allí", en esta otra del no menos famoso poema de Antonio Machado: "Caminante, no hay camino, sino pelotazos de goma en el mar", o en esta última del verso de Bécquer: "Telecinco eres tú"; y la exploración en los entresijos de la sensibilidad humana: muchos aforismos indagan en el miedo, la bondad, la soledad, la agonía, el dolor y la culpa, aunque a menudo proyectados en, o vinculados con, una comunidad sometida al imperio del consumo y de los intereses de los poderes gobernantes. El miedo, en particular, suscita en Jonás agrias pero lúcidas sentencias: "Hay una ley para cada miedo", "Su miedo consume mejor", "Aquel filete sabía a miedo". Las imágenes de Jonás Sánchez Pedrero nunca son groseras, pero, en ocasiones, sí violentas: "La locura tiene ojos de cloaca". Jonás no teme lo escatológico, es más, a veces lo busca; y hace bien: lo escatológico es parte indisociable del alma humana y un acerbo detonante de la crítica. El resultado de este abrazo oscuro es pertinente: "Cagando piensa de golpe", "Cagaba queriendo", "El water sale a su amo". En contraste con este mundo mortuorio y fecal, el erotismo y el deseo aportan, ya desde el título, claridad y sonrisas: "La mujer de tu amante dijo que me querías", "El tanga no se equivoca". Lo metaliterario también comparece en Pezón, como en toda obra moderna y consciente de su modernidad: "Sumando emociones encontraba aforismos", "Escribo para rozar", "En la paradoja hay claraboya". No obstante, lo que más me gusta de Pezón dardo convertido en diana, punta que viaja, ojo sin dueño, como lo define, aforísticamente, el textículo de la contracubierta, quizá por su vibración poderosamente lírica, son esos aforismos hiperbreves y sin aparente principio ni conclusión, que se diría flotan en la página, venidos de no se sabe dónde, plenos de inconcreción y, por lo tanto, de sugerencia: "Quién niega la saliva", "Quién garantiza la ceniza", "Ni septiembre importa", "Se trabaja en Estocolmo", "La tristeza compromete". Claro que en Pezón también hay errores, aunque veniales: "No hay espejos de sombras", dice Jonás en un aforismo. No es cierto: al menos hay un Espejo de sombras, y muy recomendable, además: las memorias de Felicidad Blanc, la mujer del poeta Leopoldo Panero y madre de los tres Paneros de El desencanto (publicado por Cabaret Voltaire en 2015). Desde el valle del Ambroz, Pezón aporta depuración, lirismo, denuncia, temblor humano y un poco de vitriolo a un género tan popular como laborioso. Con él no he sentido esa fatiga de la que hablaba al principio: los aforismos de Jonás Sánchez Pedrero no se leen como piedras, ni siquiera como pistachos, sino como gotas: lacónicas holguras de pensamiento y piedad.

3 comentarios:

  1. Será porque una lleva toda la vida conviviendo con su propia -y literal- pequeñez que los aforismos no son lo mío. Me gustan, claro, me asombra su destello, pero disfruto mucho más el deleite expansivo de la digresión, el detalle y los sabores lingüísticos desparramados con generosidad para leerlos con gula. Como el pezón. ¡¿A quién podría no le gustarle?! Sin embargo, su brevedad anatómica, lo electrizante de su contracción, su sabio e irracional conocimiento no son nada comparado con la blandura (a poder ser) exuberante y cálida de la teta que corona.

    "Escribir para rozar" me encanta, por la z de rozar, de zugar, de pezón y de trazo.

    Un besino aforístico

    ResponderEliminar
  2. Yo tampoco soy amante de los libros de aforismos. Se me amontonan. Este, por lo que cuentas, debe ser la excepción.

    Un abrazo grande.

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias, Eduardo, por tus generosas palabras.

    ResponderEliminar